Josefina estaba dibujando animales de la selva, y le estaba mostrando a Francisca y Laura lo último que había hecho.
– Es un hipopótamo enorme comiendo pasto de un balde colorado.
– Qué lindo, – dijo Francisca – ¿Sabés que yo tengo uno?
– En serio? – preguntó Martina.
– Si, en serio. Es parecido a éste.
En eso se acercó Berberecho, que había estado escuchando, y miró el dibujito. Qué bonito – dijo – Así que tenés uno? ¿No me invitás a tu casa para verlo ?
– No sé si mi mamá va a querer. Y además hoy tengo que hacer deberes. Y no sé si vale la pena que vengas a mi casa para ver algo tan bobo como un bal…
– ¡Si quiero, quiero, quiero! – se encaprichó Berberecho sin escuchar. Y Francisca no pudo terminar de explicarle que lo que ella tenía en la casa era un balde, no un hipopótamo…
– Bueno, está bien, si querés venir a casa, decíle a tu mamá que nos llamé por teléfono, dijo Francisca finalmente.
Esa tarde las mamás hablaron por teléfono, y arreglaron para que Berberecho fuera a tomar la leche con las hermanas.
Cuando llegó, lo primero que vió fue al Tío Chiflete durmiendo la siesta en el sofá. El tío estaba en short y camiseta color lila, y como siempre, roncaba con la boca abierta haciendo mucho ruido.
Cuando Berberecho vio al tío, se quedó mudo.
– ¡En serio tenías uno! – le dijo a Francisca.
– El balde está en el patio. Vamos a verlo.
– Yo no vine a ver un balde, vine a ver tu hipopótamo.
– Pero resulta que yo no tengo…
-¡Qué grandote y qué gordo está tu hipopótamo! ¡Y como ruge! – gritó Berberecho.
En eso el Tío Chiflete se despertó, abrió un ojo, y no le gustó nada oir a Berberecho diciéndole hipopótamo, así que se levantó con cara de enojado.
Berberecho se pegó un susto fenomenal, y salió corriendo del líving, hasta que se subió a upa de doña Peta, llorando y moqueando.
– ¡El hipopótamo me quiere comer, Peta! – gritaba.
Cuando finalmente se aclaró todo el malentendido, Berberecho se quedó más tranquilo y aceptó quedarse a cenar.
El tío se dio cuenta de que estaba un poco gordito, y sólo quiso comer una ensalada de lechuga. Claro que se tuvo que servir un montón de lechuga para no quedarse con hambre. Como dos fuentes y media. Y Berberecho le dijo al oído a Francisca:
– ¿No es cierto que se parece un poco a un hipopótamo?
El tío no lo oyó, o lo oyó y se hizo el que no oía, y siguió masticando lechuga…