RESULTA QUE al jardín entró un chico nuevo que se llamaba Yuro. Su familia había venido de Japón, y todos ellos tenían, obviamente, cara de japoneses.
Pifucio enseguida se hizo amigo de Yuro, y le mostró todo el jardín y le presentó a los chicos. Al rato de estar juntos, Pifucio aprendió a decir: Akurihito y Okinaka.
Al segundo día de haber conocido a Yuro, Pifucio había aprendido a saludar diciendo «Akutinanka», a preguntar por la familia, el tiempo, y otras cosas de los mayores, y también a contar algunos cuentitos.
Para el tercer día, Pifucio hablaba todo el día con palabras raras con Yuro, y le habían enseñado a varios chicos. Estaban todos diciendo:
– Akurihito okinaka.
– Kitasato takinawa
– Yamaguchi kinikato
y otras cosas por el estilo. La maestra empezó a estar preocupada, porque ella no sabía nada de japonés y no sabía de que estaban hablando los chicos todo el día en ese idioma raro.
Entonces la maestra la llamó a la mamá de Yuro para que le explicara de que hablaban los chicos.
La mamá de Yuro vino al día siguiente, y se puso a escuchar lo que hablaban su hijo, Pifucio y los otros nenes.
– No entiendo ni jota de lo que dicen – le explicó la maestra.
Después de escuchar un ratito, la mamá de Yuro dijo:
– Y yo tampoco.
– ¿Pero cómo puede ser? – dijo la maestra. – ¿Ud. no sabe hablar en japonés?
– Sí.
– ¿Y no entiende cuando hablan en japonés?
– Sí.
– ¿Y entonces? – preguntó la maestra sin entender nada.
– Lo que pasa – contestó la mamá de Yuro, – es que estos chicos no están hablando en japonés. Esto no se los pudo haber enseñado mi hijo. Primero, porque es muy tímido. Segundo, porque es muy obediente. Y tercero, porque Yuro no habla una pepa de japonés. Nadie le enseñó.
Entonces la maestra, que no entendía nada, lo mandó llamar a Pifucio, y le preguntó:
– ¿Quien les enseñó Japonés a Uds. dos?
– Nadie. – respondieron los chicos.
– ¿Y entonces, cómo hacen para hablar en japonés y que nadie entienda nada?
– ¿Quien te dijo que hablamos en japonés? – contestó Pifucio.
– Nadie, nos pareció – dijo la maestra.
– De ninguna manera. Estamos hablando en un idioma que se llama Pifuciano – contestó Pifucio.
– ¿Y ese idioma de donde salió? – preguntó la mamá de Yuro.
– De ningún lado. Lo inventé yo. ¿No les parece bonito?
– Pero ¿qué quieren decir todas esas palabras raras ? – preguntó la maestra.
– Nada. Nada de nada. Absolutamente nada. – contestaron Pifucio y Yuro.
Entonces la maestra y la mamá de Yuro se rieron y se quedaron más tranquilas, y les explicaron a los chicos que Pifucio y Yuro habían inventado todas esas palabras.
Pero como a los chicos les había gustado el juego, la maestra les prometió que les iba a enseñar otro idioma que sonaba muy raro, pero que no era japonés.
– Este idioma parece difícil, pero es fácil. – dijo la maestra. – Se llama jeringozo. Hay que duplicar cada sílaba de una palabra, usando la consonante pe y la última vocal. Enpetienpedenpe? Apaprénpedanpalopo!