RESULTA QUE Pifucio fue a la cocina a ver si había algo de comer. Pero la mamá le dijo:
– No comas nada dulce que después no comés comida.
– ¿Y entonces que puedo comer? – preguntó Pifucio que tenía hambre.
– Algo salado. Papitas fritas, aceitunas, algo así.
– Hmmm, algo salado – pensó Pifucio. – ¡Ya sé!. Acá hay una rica torta. Le pongo sal y listo.
Entonces Pifucio le puso sal a la torta. Pero no un poquito. ¡todo el salero!.
– ¿Qué estás comiendo? – preguntó la mamá.
– Torta salada – dijo Pifucio con la boca llena.
– ¡Pero cómo torta salada, a quien se le ocurre!. ¿Y de donde sacaste torta salada?
– Y, le puse sal a tu torta… – dijo Pifucio.
– ¡Noooo! ¡Me arruinaste mi torta! – gritó la mamá cuando entró en la cocina y vio el desastre que había hecho Pifucio. ¿Y ahora qué hago? Esta torta ya no se puede comer.
– Pero sí mamá, se puede, lo único que está un poquito salada. – Pifucio comió otra cucharadita. Enseguida se puso a toser y a escupir lo que se había llevado a la boca.
– ¿Viste que me arruinaste la torta? – dijo la mamá.
– No te la arruiné, mamá. ¿Con qué se lava la sal?
– Con agua – le contestó la mamá.
– Esperá un momento y vas a ver cómo arreglo todo – dijo Pifucio. Y agarró una cacerola llena que estaba en la cocina y la volcó toda encima de la torta salada. Pero la cacerola no tenía agua, sino una cosa roja y espesa. Que también le salpicó la ropa.
– ¡Ay! – gritó Pifucio. ¡Me sale sangre!
– ¡Nooooh! ¡Qué hiciste! – gritó la mamá enojada. ¡Me volcaste el tuco en la torta y mojaste todo el piso de la cocina!
– ¿Entonces no es sangre?
– Pero como va a ser sangre, es tuco, para los fideos. Y ahora no sirve más. Y tu padre está por llegar a comer y en vez de comida va a encontrar este desastre.
Y además la mamá lo retó porque no se agarran las cacerolas de la cocina, porque pueden estar calientes. Y porque las cacerolas pueden tener agua, pero también pueden tener carne, o caldo, o aceite.
Después de que le limpiaron el tuco, Pifucio preguntó:
– Mamá, ¿cómo se hace para sacarle el líquido a la torta?
– Y, no sé. Salvo que la metas en un colador y…
Apenas la mamá terminó de decir «colador», cuando Pifucio vio un colador arriba de la mesada de la cocina. Y agarró la fuente con la torta llena de tuco y la volcó adentro del colador.
– ¡Noooo! ¿Qué hiciste? – gritó la mamá furiosa.
– Traté de colar la torta. – dijo Pifucio asustado.
– ¡Ese colador estaba lleno de fideos!. Ahora ya no sirve nada de lo que había preparado para el almuerzo. Ni los fideos, ni el tuco, ni la torta. Y encima nos quedamos sin sal.
– ¿Pero cómo no va a servir? Ya tenés listos los fideos con tuco y sal, y la torta de postre. Comemos todo junto, hacemos más rápido y no tenés que lavar tantos platos. – dijo Pifucio.
– ¡Pifucio no digas más pavadas, calláte la boca y salí de acá, que casi no tengo tiempo para arreglar este lío! – dijo la mamá enojada.
– ¿No querés que le vuelque encima un poco de café?
– ¡Nooo!
Entonces sonó el teléfono y Pifucio fue a atender. Era el papá.
– ¿Qué estás haciendo? – preguntó el papá.
– La estoy ayudando a mamá con la cocina – dijo Pifucio.
– Ah, pero que bien. Así me gusta, que ayudes a tu mamá y no le des trabajo.
– Claro, claro.
– ¿Y qué cocinaron?
La torta salada
– Sal con torta con tuco con fideos.
– Ah, debe ser fideos con tuco y torta de postre.
– Claro, claro.
– Bueno, dale un beso a tu mamá y decile que enseguida llego a comer.
– Ya le digo. Se va a poner muy contenta.
– ¿De qué?
– De que… de que le mandes un beso.
– Ah bueno. Hasta luego.
Cuando llegó el papá sirvieron la comida. Los fideos tenían gusto a torta, la torta a tuco, y el tuco a sal. Además, la torta parecía un puré y el tuco parecía sopa. Eso sí, los fideos parecían fideos, y se los comieron todos.